domingo, 27 de febrero de 2011

La hidalguía de un campeón

Eduardo Salazar Gallegos

Y finalmente lo logró. ¿Alguien lo dudaba? Kelly Slater, el mejor surfista de todos los tiempos, obtuvo en Puerto Rico su décima corona  mundial el pasado noviembre. Diez campeonatos...se dice pronto. Ha sido el surfista más joven y el más veterano en obtener un campeonato del mundo. Ha ganado más torneos que nadie en la historia del surf.  Y aun así tuvo el gesto de  dedicarle -en el momento más glorioso de su carrera- el décimo título al rival más  enconado que tuvo jamás, el fallecido Andy Irons
El jueves pasado se celebró la ceremonia de premiación de la Asociación de Surfistas Profesionales (ASP, por sus siglas en inglés). En su discurso de agradecimiento, Slater se quebró y dedicó su premio a Irons, muerto en circunstancias que no se han aclarado mientras dormía en un hotel de Dallas (EE.UU.), pocos días después de retirarse del torneo de Puerto Rico donde Slater se coronó por décima vez. 
Slater ha declarado antes -y el jueves lo hizo de nuevo- que no habría llegado donde está sin la motivación que le supuso siempre tener a tan bravo competidor respirándole tras la oreja. Andy Irons fue campeón mundial tres veces consecutivas (2002-2004), y la rivalidad que sostuvieron dentro y fuera del agua llenó las páginas de las revistas especializadas, así como la tardía amistad que compartieron en los últimos años.
Kelly Slater es un gran campeón. Su profesionalismo y calidad humana ha ayudado a extender la popularidad de este querido deporte. Desde aquí, un modesto y anónimo homenaje.     

miércoles, 23 de febrero de 2011

Misión: Ízaro

Eduardo Salazar Gallegos

Había escuchado hablar de ella. Yo mismo la había visto a la distancia, a veces envuelta en la bruma, a veces brillando bajo el sol, siempre de lejos, sin posibilidad de acercarme. "Sólo la puedes apreciar en su real dimensión mirándola de frente", me habían dicho. Un amigo había prometido presentármela algún día. Pero, ¿cuándo? ¿Cómo? Y de pronto la llamada, el domingo pasado. 
-¿Qué pasa, Albert?
-Nano, te acuerdas de Ízaro? Hoy es el día. ¿Vienes?
Salté de la cama.
-¡Claro! ¿Dónde nos vemos?
Albert me pidió estar en el puerto de Bermeo a la una de la tarde, puntual. Alex, amigo suyo de Bakio, nos invitaba en su pequeña embarcación, los elegidos éramos cinco. Tenía un par de horas para prepararme. ¡Por fin! Íbamos a Ízaro, la isla que está al frente de Mundaka y cuyas olas tienen la reputación de tener mucha fuerza y mover grandes masas de agua. No conocía a nadie que la haya surfeado para pedirle referencias. Se sabe que aun cuando hay mucho mar la ola de la isla aguanta con buena forma, pero Mundaka y otras playas funcionan con las mismas condiciones. Además está el detalle de que se necesita ir en alguna embarcación. 
Me fui al "Acanti" (mi playa favorita) a mirar las condiciones y decidir qué equipo usar. Allí un colega me aconsejó llevar "el troncho más grande que tengas". No había un mar exageradamente grande, así que fui a casa, comí un buen desayuno, preparé el equipo y partí a Bermeo. Ya me esperaban los otros, todo nervios y actividad frenética. 
-Las condiciones son ideales, no hay casi viento, está soleado  y hay un par de metros, dice Albert, que se embute dos pastillas contra el mareo.
-Estoy que me meo, dijo otro.
Cargamos el bote y partimos. En quince minutos ya estábamos allí, a tiempo para ver cómo entraba una serie de ocho olas de buen tamaño. Nos habíamos cambiado en el trayecto así que saltamos al agua y empezamos a surfear, primero con cautela (ninguno de nosotros había estado allí antes) y luego ya disfrutando de esta ola de gran calidad, que nos recibió con los brazos abiertos y nos regaló una sesión mágica de casi tres horas de surf. Hubo de todo: bajadas en el aire, olas larguísimas, series que nos cayeron encima a todos (imposible hacer el duckdive o pasar por debajo de la ola, había que soltar la tabla y rogar que no se rompiera el invento), caídas estrepitosas, miedo, euforia, en fin.... Al final de la tarde nos subimos al bote y emprendimos la vuelta, primero comentando las olas y luego en silencio, con una gran sonrisa. Todo lo que me habían contado de ella era cierto. Pero nada se compara con la magia de mirarla de frente. 

lunes, 21 de febrero de 2011

Se me volvió a romper el invento...

Eduardo Salazar Gallegos

Hola.
Hoy, 21 de Febrero, retomo con este post el blog que quedó inactivo después de algún tiempo. Sigo con ganas de escribir sobre el mismo tema, así que vendrán más historias de surf. Espero que el tiempo transcurrido sirva para mejorar un poco lo que entonces publiqué.
Y comenzamos con la primera historia. El viernes pasado entrevisté a Gonzalo Gandarias, primer campeón de España de surf y vasco para más señas. Lo hice como parte de un reportaje que estoy preparando para una asignatura de la universidad (Periodismo Especializado 1). La entrevista se extendió y conversamos sobre muchas cosas (Gonzalo, además de pionero del surf en estas tierras, es un reputado constructor de embarcaciones y preparó las naves en las que José Luis Ugarte -primero- y Unai Basurko -después- dieron la vuelta al mundo).
Gonzalo Gandarias en Meñakoz, 1990
Resulta que, con ocasión de un campeonato de surf celebrado en Hossegor allá por los años setenta, Gonzalo y otros competidores vascos y cántabros fueron a Francia y una vez en pleno campeonato se percataron, asombrados, de que las tablas de los franceses no se iban a la orilla cuando estos se caían de las olas. Al acercarse pudieron observar que llevaban sus tablas unidas al tobillo por medio de una cuerda elástica rematada en material blando para no herir la piel.
-¡Chaval, vaya invento! exclamaron, casi al unísono, Gandarias y sus amigos.
Y así, al unísono también, el "invento", como se le llama hasta hoy por estas tierras, recibía acta de bautismo en tierras francesas.